NO TE
IRÁS SIN TÚ HIJO
̶
No te irás sin tú hijo ̶ le dijo enfadada. Ella que lo había entregado
todo renunciando a sus padres y a buena parte de su familia. ̶ Lo llevarás contigo y te llevarás con él, el nombre
que le pusiste ̶ volvió a insistir.
Él
salió caminando de aquella casa sujetando la mano de su hijo que iba mirando
los ojos de su madre, una madre que lloraba a medida que el niño se alejaba por
aquella larga calle. El día era limpio, con un cielo azul intenso y el viento
soplaba con mucha fuerza.
Lo
menos que él deseaba era una despedida amarga, marcada por aquellas rotundas
palabras. ̶ ¿Qué hago? ̶ se
preguntaba, mientras el niño le iba preguntando por su madre. No tenía
respuesta a las preguntas de su hijo e intentaba tranquilizarlo prometiéndole un
helado o cromos con fotos de futbolistas.
De
pequeño él había visto cómo sus padres se habían separado dejándolo con sus
abuelos. Recuerda la tarde en la que su madre se marchó a otra ciudad y no
volvió. Aquella herida seguía abierta en su interior. La mirada de su hijo le
recordaba ahora aquel momento lejano de su infancia. La tarde en la que sus padres
decidieron poner fin a una relación de quince años.
El
niño no dejaba de mirar hacia atrás a ver si podía localizar a su madre, dentro
del tumulto de gente. El padre lo miraba fijamente, recorría su pequeña cara de
color moreno, sus ojos inquietos y las pequeñas manos que no dejaban de
moverse. «Yo también
me separe de mi madre»,
se decía el padre en su interior. Luego volvía a agarrar la mano de su hijo con
más fuerza, y recordaba la ausencia de
su madre que lo había dejado con sus abuelos a la edad de cinco años.
Siguieron
caminando hasta que llegaron a un parque rodeado de cipreses y pinares,
dividido por un pequeño río. En una esquina había un pequeño puesto de helados.
Cuando estaban cerca de los helados, el padre le dijo a su hijo, ̶ vamos a tomar un helado de vainilla y otro de
chocolate, verás como el sabor dulce te ayudará a jugar.
̶ No papá, quiero volver con mamá ̶
contestó el niño.
En
ese momento el padre, volvió a recordar la imagen de su madre cuando lo
despidió con dos besos. La tarde en la que lo dejó, todo estaba mojado y caía
una lluvia de gotas gordas sobre su cara mezclándose con sus lágrimas.
«Aguanta
y quédate con el sabor dulce, yo también viví la separación de mis padres »
pensó el padre mientras
miraba a la chica de los helados.
Cuando se sentaron
eran cerca de las seis de la tarde, el padre trajo dos tarrinas con dos bolas
de chocolate y vainilla. El niño observaba a otros niños acompañados de sus
padres que iban cambiando de un juego a otro, mientras sus padres los ayudaban
a subir y bajar del columpio o del caballito de madera.
El niño comió parte
de la bola de chocolate que le había comprado su padre y volvió de forma
insistente a preguntar cuando iba a venir su madre al parque. El padre cansado
de la misma pregunta le dijo ̶ mamá no vendrá hoy, ni mañana, ni pasado. Hoy
estaremos en otra casa.
Cuando
el niño escuchó esas palabras, tiró lo que quedaba del helado al suelo y salió
corriendo hacia el parque donde estaban los demás niños. No quería jugar, sólo
quería encontrar a su madre y volver con ella.
El
padre volvió a pensar en las palabras de su mujer cuando le dijo « no te
irás sin tú hijo », y en ese momento recordó
como su madre lo había dejado con sus abuelos aquella remota tarde que cambió
para siempre su lejana infancia.
Ahora, era su propio
hijo quién buscaba a su madre entre tantos hombres, mujeres y niños dentro de
ese enorme parque en el que él viento y el murmullo de la gente, se mezclaban
con el sonido de los patos que cruzaban el río en busca de pequeños trozos de
pan.
Su vida en ese
momento volvía a cambiar una vez más de forma inesperada, tenía que volver con
su hijo a la misma casa donde su madre lo había dejado con sus abuelos.
Cierta tristeza se
notaba en su miraba, cuando iba detrás de su hijo en busca de una madre que no
estaba en aquel parque, lleno de padres que vigilaban de forma constante el
movimiento de sus hijos.
Ali Salem Iselmu